Donde reivindicamos los cuidados, la compasión y el amor, hay revolución. Sharling Hernández nos habla del autocuidado.
El autocuidado, como otras muchas prácticas recomendadas en medio de las complejas circunstancias de la vida actual, puede venir de la mano de ideas de lo que “deberíamos hacer” o “dejar de hacer”, en una suerte de receta o checklist preparada para ser acatada. Si esto es así, es muy posible que tras la lista de deberías venga una fuerte sensación de culpa por no cumplir a cabalidad lo recomendado. Esto se suma al cansancio por todo lo demás que estamos haciendo, a nivel personal y en nuestros mundos del trabajo. Es difícil detener el loop entre estos nuevos deberes y culpas una vez que se activa.
El autocuidado como herramienta de lucha feminista, en cambio, viene a plantearnos preguntas desde un sitio más respetuoso, amoroso y compasivo con nosotres mismes. Se trata de una propuesta que busca que la lista que montemos nazca de pistas que vamos encontrando en nosotres mismes como principal centro de saber.
Tres ámbitos suelen ser fundamentales cuando nos queremos preguntar al respecto. El sentipensar mi relación conmigo misme primero, con les otres y con lo que hago suelen ser lugares de exploración que pueden brindarnos algunas guías en este camino.
Al hablar de autocuidado, explorar los planos físico, mental, espiritual y emocional-sensorial puede ser importante. Preguntarnos sobre nuestra relación con lo más cotidiano, la alimentación, el sueño, el movimiento, nuestra salud sexual y salud reproductiva son el primer paso.
Permitirnos identificar si la relación con todo ello proviene del placer y el cariño o de la culpa y el castigo, y preguntarnos amorosamente ¿cuánta culpa y castigo nos ha dado ya este mundo tan violento? Esta puede ser una oportunidad para identificar si estamos partiendo del mismo lugar de opresión que desde siempre nos han impuesto.
La opresión que recibimos e internalizamos, proveniente de las lógicas del poder patriarcal, colonial, capitalista tiene todo que ver con nuestra salud y nuestro malestar, así como con las afectaciones a la salud mental que hoy percibimos como parte de nuestro día a día. La ilusión de inmediatez, el deseo de control, la incertidumbre, la explotación, la inestabilidad, recaen sobre nuestres cuerpes y nos hace hablarnos de maneras que jamás le hablaríamos a alguien que queremos. Los sistemas de opresión nos gritan para que produzcamos infinitamente, muy contrario a nuestra naturaleza humana integral.
Una clave acá es reconocer esos sistemas de opresión y luego preguntarnos ¿le exigiría esto a alguien que amo? ¿Le hablaría así? Estas pueden ser pistas para cambiar nuestros diálogos internos cuando nos han estado haciendo daño en relación a nuestros sentires, darnos el permiso de preguntarnos ¿cómo me relaciono con lo que siento? ¿Válido igual todas mis emociones? ¿O solo me permito algunas de ellas?
Aunado a ello, la espiritualidad, tantas veces asociada a la religiosidad, desde esta apuesta nos permite preguntarnos más bien ¿cómo me conecto con lo que para mi es importante?, con lo que a mi me hace sentido ¿le dedico tiempo, espacio y presencia a eso? ¿Cuáles son los rituales cotidianos que me abrazan la existencia y me traen bienestar? Puede ser ducharme con un jabón del que disfruto el aroma, puede ser encender un incienso, puede ser tirarse al zácate, ¿qué te permite estar con vos? preguntémonos ¿me doy el regalo de la presencia?
Y frente a todo esto recordar, nadie conoce nuestra historia, solo nosotres sabemos lo que hemos atravesado para llegar hasta aquí. Nadie tiene la misma historia que otra persona, por lo que tratar de imponernos deberías o compararnos, solo puede producirnos frustración.
Estas divisiones para el autocuidado, sea como sea, son posibilidades de acercamiento para nombrar nuestras diversas áreas de existencia. El autocuidado como herramienta feminista pretende acercarnos a abrazar nuestra integralidad, no forzarnos o someternos a ritmos ajenos, sino acompañarnos a encontrar pistas sobre el nuestro.
Otra pista posible, es reconocernos como proceso, como seres inacabados y en movimiento, con heridas, motivaciones y esperanza que están ahí como parte de lo que nos ha marcado y de lo que nos guía. Regalarnos el detenernos para fijar nuestra mirada en lo que nos resuena es un regalo que cada vez requerimos más como emergencia.
Atrevernos a hacernos preguntas desde el autocuido significa permitirnos acercarnos un poco más a descubrir qué necesitamos. Y recordar la necesidad de priorizarnos como el primer paso en un camino distinto al que nos han impuesto por tantísimo tiempo.
Desde el activismo, además, somos muy dures con nosotres mismes por no tenerlo todo resuelto. Nos auto señalamos como incoherentes por no saberlo todo o por saberlo y por encontrarnos con mil dificultades para ponerlo en práctica en nuestras propias vidas. El autocuidado como herramienta feminista apuesta a mirarnos amorosamente y recordar el honor que significa compartir nuestros saberes mientras nosotres mismes los seguimos aprendiendo.
Recordemos, nuestras causas son importantes, pero merecemos y necesitamos descanso primero por nosotres mismes y segundo porque, de no hacerlo, es imposible seguir la lucha. E incluso podemos preguntarnos si queremos siempre vivir luchando. Merecemos calma y reivindicar que nuestra sola existencia en bienestar ya es valiosa en sí misma. El sistema nos quiere siempre “productives” haciendo, más que siendo y esa también es una trampa que necesitamos reconocer y trascender. Nuestro cuerpo es nuestro primer territorio, merecemos cuidarle.
Hemos sido socializades para cuidar al mundo entero y no a nosotras mismes, por lo que sentimos culpa al hacerlo. Sin embargo, ahora más que nunca necesitamos amorosamente preguntarnos: ¿qué nos arrulla la existencia? La ternura hacia nosotres mismes es un paso sanador y reivindicativo, merecemos tenerla.
Recordemos, además, que existimos en interacción. Por eso el autocuido no es sólo personal, es colectivo, y es una emergencia en esta sociedad tan violenta. Las acciones de une tienen eco, y las acciones de los espacios en donde ponemos nuestro trabajo tienen que comprometerse a través de prácticas, presupuestos, principios que lo promuevan también.
Nuestras causas no pueden ser a costa de nuestro bienestar ni a través de parámetros de perfección vacíos y crueles que nos roban la inspiración y la confianza en lo que podemos seguir haciendo. Una pregunta acá ¿cómo nos cuidamos mejor en red? ¿que requerimos de esos lugares en donde ponemos el cuerpo?
No nos explotemos, no explotemos a nuestres compañeres, no callemos frente a lugares en donde nos violentan y explotan, no hagamos lo que nos han hecho y lo que le han hecho a la naturaleza. Armemos redes de reciprocidad que comprendan y promuevan el autocuido. Preguntémonos ¿qué es negociable y que no es negociable para mí? Tenemos derecho a ser parte de una red que nos sostenga, que nos haga bien.
Es nuestro derecho detenernos y mirar nuestro ritmo, hacerlo consciente, definirlo según lo que queremos y lo que podemos. Los límites son también una reivindicación. Recordemos que las que estuvieron antes nos abrieron un trecho, pero que no tenemos que hacerlo igual que ellas. Es importante honrar sus luchas y las nuestras y permitirnos aportar un ritmo distinto si es lo que necesitamos, un ritmo nuevo que haga eco también para las que vienen. Construir mundos diferentes al nuestro desde el amor y el cuido, desde la compasión, desde el amor, la ternura y el agradecimiento.
Esta apuesta es una invitación a recordar que nuestras causas son importantes, pero que no lo son todo de nosotres. En eso donde ponemos nuestros talentos hay fuego, hay magia y es un regalo para el mundo que decidamos hacer eco de causas que nos mueven el corazón y al mismo tiempo, es un honor sumarnos a ellas. Merecemos alegres rebeldías, no solo dolor, no solo tristeza o, en palabras de Lorena Cabnal, “merecemos recuperar la alegría sin perder la indignación”.
El autocuido como herramienta feminista es una apuesta que nos recuerda que estamos inmerses en un sistema social depredador de animales humanos, no humanos y del planeta mismo. Dicho sistema nos quiere tristes, desesperanzades, pues está colmado de injusticia social. Incluso, nos preguntamos si todo esto responde a una posición de privilegio, que no todas las personas tenemos.
Por eso, muy vehementemente quiero apuntar la necesidad de no caer en la trampa de culparnos por buscar nuestro bienestar, lo merecemos y necesitamos seguir recordando el derecho al buen vivir en todo momento, en armonía con la naturaleza y con todos los seres con quienes compartimos la existencia ¿esa causa nos tiene acá cierto? esa justicia social que nos mueve. Y si, necesitamos seguir haciendo red para expandir los cuidados éticos, integrales, a todos los espacios, por eso preguntémonos ¿cómo me sumo a eso si no me cuido primero?
El autocuido como herramienta feminista no es una práctica, es un estilo de vida. En una existencia que reivindica los cuidados, la reciprocidad, la compasión y el amor, hay revolución. Merecemos construir un buen vivir, cotidianamente.
Por Sharling Hernández Jiménez (Agente de Cambio, 2017). Psicóloga Feminista.
Nota: Esta propuesta se ha nutrido de la posibilidad de la autora de caminar la vida en medio de una red de amigues feministas, de textos poderosos, de teorías vueltas hechas en espacios de construcción colectiva que buscan Buen Vivir y que retoman saberes del feminismo comunitario expuesto por grandes autoras como Lorena Cabnal, que forma parte de la Red de Sanadoras Ancestrales de Abya Yala. Apuestas todas que han resonado en mi propio camino y que ahora comparto como una amorosa invitación. Y muy especialmente este artículo se nutrió de los talleres de autocuido realizados en octubre de 2021 con Agentes de Cambio, quienes se sumaron a sentipensar en conjunto todo esto.
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