10.12.2025

Tarántulas: El escenario como archivo

La memoria en Honduras es un acto político de resistencia. Conoce Tarántulas: arte contra la impunidad y el olvido para conectar a las juventudes con su historia viva.

La memoria nos late en el pecho, camina por nuestras calles y se sienta a nuestra mesa, incluso cuando no nos atrevemos a nombrarla. Habita en los silencios familiares, en las ausencias inexplicables y en las heridas que nuestro país arrastra de generación en generación. En Honduras, donde la impunidad y la violencia estructural han intentado borrar rostros y voces, recordar es un acto político, un gesto de pura resistencia. De esa urgencia nace Tarántulas: el arte como territorio para traer las historias al presente, para impedir que los nombres se pierdan y para que las juventudes —aunque no vivieran los años más oscuros— se reconozcan herederas de una lucha que sigue viva.

La pregunta sonaba simple, pero cargaba un peso abrumador: ¿Cuál es tu herencia para escribir? Con esa interrogante arrancó un taller de dramaturgia en Buenos Aires, el escenario donde el hondureño Luis Emilio Cerna Mazier sembró la semilla de lo que hoy es Tarántulas. Aquello que inició como una actividad académica, pronto trascendió el aula para convertirse en un viaje íntimo y profundo hacia la memoria.

La búsqueda de una herencia no siempre conduce a objetos o relatos materiales. A veces, está en las voces que nos formaron, en las historias que escuchamos, en los silencios incómodos que sobrevuelan el pasado familiar. Para Luis Emilio, el detonante fue su propia historia: hijo de padre y madre que se involucraron en los movimientos sociales de los años ochenta en Honduras, creció rodeado de nombres, libros, organizaciones y relatos que, en su momento, no terminaba de entender. Fue hasta que emigró a Argentina que esas piezas comenzaron a encajar.

A la distancia, descubrió que la desaparición forzada no era una herida exclusiva del Cono Sur. Honduras también cargaba con sus propias historias, sus escuadrones y su miedo. Fue entonces cuando resonó el título de un libro que conocía bien: Cuando las tarántulas atacan, de Longino Becerra. Pero su intención no era adaptar la obra, sino convertirla en algo nuevo: una dramaturgia nacida desde la memoria, de la herida y de la urgencia de decir.

Así nació Tarántulas. No como adaptación, sino como ejercicio de escritura con intención política. La obra no gira en torno a un caso particular, aunque quienes conocen la historia del sobrino de Longino pueden reconocer ecos en el relato. Los personajes —La Madre, El Padre, El Hijo— fueron construidos con lógica brechtiana, se les despojó de nombres propios para hablar de muchas desapariciones. La despersonalización era un recurso para abrir el relato, para universalizar el dolor y evidenciar su repetición histórica.

La dramaturgia fue entrelazando los ochenta con el golpe de Estado de 2009, y las telarañas de impunidad con los cuerpos que aún buscan. Lo que comenzó como una tarea para un taller terminó convertido en una obra con vocación de memoria. Y en esa decisión —la de no olvidar—, se tejió también una forma de resistencia.

El proceso creativo: cuerpo, música y escena como lugar de memoria

Hablar de memoria desde el teatro es encarnar dolores, resistencias y preguntas que siguen latiendo. En Tarántulas, la escena no fue solo un espacio de representación, sino un terreno donde cada intérprete se confronta con heridas colectivas, con vacíos familiares, con la historia de un país que aún no logra cerrar sus duelos.

Para Ludim Ayala, interpretar a “La Madre” significó un quiebre interior. Como actriz, como mujer y como madre, el proceso la llevó a imaginar el abismo de quienes han perdido a sus hijos a manos de un Estado que les dio la espalda. “Pude acercarme, aunque sea un poquito, a esas vidas valerosas de mujeres que aún luchan y lloran”, dice. El escenario se convirtió en un lugar para nombrar el dolor y escuchar el eco de esas madres que todavía esperan un regreso. Desde su cuerpo, Ludim no solo interpretó: también sostuvo la memoria de quienes han sido silenciadas.

Fernel Castro, encargado de la música original y también actor en la obra, encontró en el proceso creativo una exigencia emocional profunda. El trabajo lo llevó a revisar documentos, imágenes y testimonios que le resultaban insoportables. “A veces no deseaba seguir leyendo”, confiesa, al enfrentarse con la crueldad de los hechos y la impunidad persistente. Aun así, decidió poner todo de sí para que las nuevas generaciones conocieran esta historia. Su música surgió de ese compromiso: cada nota, cada ambiente sonoro fue tejido para amplificar la atmósfera de búsqueda, de duelo y de resistencia.

En su rol actoral, Fernel interpretó al Coronel y al Anciano. Ambos personajes exigieron una exploración física y psicológica intensa: observar comportamientos militares, entender las rutinas del poder, imaginar el veneno que corre por las venas de quienes normalizan la violencia. El resultado fue un cuerpo en escena que incomoda,  sacude  e interpela.

Rubén Maldonado también asumió un papel que removió sus fibras más profundas: el de un padre que busca a su hijo desaparecido. A través del teatro, comprendió que la memoria no sólo habita en libros o archivos: “vive en la piel, se revuelve en la conciencia, en los silencios, en lo que no se dice”. Para él, la escena fue un acto de justicia. Una forma de resistirse al olvido en un tiempo donde la indiferencia amenaza con borrar la verdad.

Desde su experiencia como actor hondureño, Rubén reafirma que el teatro tiene la capacidad única de vincularnos con la historia desde la empatía. Llevar a escena estas historias fue su manera de decir “aquí estamos, no olvidamos”.

Heredar la búsqueda: juventudes frente a la memoria

Desde su origen, Tarántulas fue pensada con una intención clara: llegar a las nuevas generaciones. Aunque las heridas de los años ochenta siguen abiertas en muchas familias hondureñas, la distancia temporal ha hecho que gran parte de la juventud viva desconectada de ese pasado reciente. Pero el equipo creativo de la obra no subestimó el poder del arte como puente. Apostaron por construir una experiencia escénica que, sin necesidad de discursos panfletarios, resuene en quienes no vivieron la represión, pero heredan sus consecuencias.

Luis Emilio Cerna Mazier, director y dramaturgo de la obra, lo vivió de cerca. Desde los primeros ensayos hasta las funciones finales, fue testigo de cómo Tarántulas logró convocar a un público joven, sensible y atento. Lo más revelador no fue únicamente la asistencia, sino que muchos de esos jóvenes llegaban por voluntad propia, movidos por el boca a boca, por el interés genuino, por una búsqueda quizás no del todo consciente, pero latente.

En un país donde la historia suele contarse en susurros —o directamente borrarse—, ver a adolescentes y universitarios llenar las salas para escuchar un relato sobre desapariciones forzadas fue un acto esperanzador. La obra no solo conmovía: les hablaba, les recordaba que la memoria no es un asunto del pasado, sino una responsabilidad presente.

Tarántulas ofrece una puerta de entrada a una historia que no está en los libros de texto, pero sí en las calles, en los cuerpos, en las familias. Y, tal vez, sin saberlo esos jóvenes también estaban en escena: como nietas, como hijos, como hijas de una memoria que insiste, que no se deja sepultar.

Porque en Honduras, el pasado no ha pasado. Y la memoria no solo se hereda: se elige. El arte, en ese sentido, se convierte en una herramienta poderosa para incomodar, para despertar, para recordar.

El teatro como archivo vivo de los pueblos

El teatro no es un espejo del pasado, sino una herida abierta que respira. Tarántulas es una forma de decir: “Aquí estamos, no olvidamos”. La memoria, en escena, no es sólo representación: es presencia, es justicia, es verdad. 

Necesitamos más teatro, más cine, más música que nos recuerde constantemente quiénes hemos sido y quiénes podemos ser. Somos caminantes de caminos que otros construyeron, y nuestras huellas quedarán para quienes vengan.

El teatro, incluso desde la memoria, también puede disfrutarse: puede doler un poco, pero ese dolor inspira, empuja, sostiene. Nos ayuda a librar la guerra interna contra la pérdida de identidad que la colonia y sus herederos insisten en imponernos. Porque así como la colonia aún tiene hijos que buscan borrarnos, arrebatarnos la tierra y enfermarnos de olvido, nosotros somos hijas e hijos de luchas, nietas de búsquedas, descendientes de esperanzas. Y mientras exista arte que nos convoque, seguirá viva la certeza de que recordar también es resistir.

Persona recopiladora

Laura Yanes. Honduras. Agente de Cambio 2021

Escritora, narradora oral, dramaturga y teatrista hondureña. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2024 y ha sido incluida en antologías nacionales. En 2025 ganó el primer lugar en Poesía en el Festival Centroamericano Cuerpos Libres. Trabaja con la técnica de kamishibai y desarrolla proyectos literarios y escénicos para infancias y comunidades diversas.


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