Friedrich-Ebert-Stiftung en América Central

09.12.2021

El Mozote. Rostros detrás de la impunidad

Entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981, en el oriente de El Salvador, en la zona conocida como El Mozote y sitios aledaños en el departamento de Morazán, el Batallón Atlacatl del ejército salvadoreño, cometió una de las mayores masacres contra población civil de la historia reciente de América Latina. Luego de 40 años de espera, las víctimas continúan exigiendo justicia.

LA NOCHE QUE NO SE OLVIDA

La noche del 9 de diciembre de 1981, Margarita Sánchez de 67 años, horneaba pan en su humilde casa de habitación, ubicada en Arambala, Morazán. Mientras metía las latas al horno de barro impregnado por el ardor del fuego, escuchó una ráfaga de disparos a la entrada del pueblo. No le tomó mayor importancia, aunque se acostó preocupada. La mañana siguiente, la crueldad la sorprendió. A eso de las 5:00 de la mañana, el ejército inició una de las peores matanzas del siglo XX: la masacre de El Mozote.

LA MAÑANA DESPUÉS 

Aquella fría mañana, su esposo se encontraba ordeñando las vacas cuando llegaron los soldados para rodear el poblado, forzaron a la gente a salir de sus casas y separaron a las mujeres a un lado, a los hombres los pusieron boca abajo y a las niñas y los niños los dejaron al otro extremo. Arambala fue el pueblo donde inició el horror para las víctimas de la masacre. En ese lugar los soldados mataron a siete personas. 
 

AQUÍ SUCEDIÓ TODO

La masacre de El Mozote y sitios aledaños, es la matanza de más de mil personas en su
mayoría mujeres, niños, niñas y personas ancianas de los lugares El Mozote, La Joya, Cerro
Pando, Ranchería, Jocote Amarillo y los Toriles. Lugares que quedaron reducidos a cenizas
con el operativo militar de tierra arrasada, que consistió en eliminar todo lo que
encontraban a su paso. Mataron el ganado, los cerdos y las gallinas. Cortaron los árboles
frutales, quemaron las casas y mataron a la gente que las habitaba.

 

EL PASADO EN EL PRESENTE

José Gregorio Hernández, de 74 años, recuerda esos sucesos como si hubiesen sido ayer.
Para él, pareciera que el tiempo no ha pasado. Tiene muy buena memoria y narra cada
detalle de sus vivencias personales durante esos eternos días. El ejército le arrebató a su
hermano.

LA MEMORIA ANTE LA INJUSTICIA

Durante la conversación, un prolongado silencio invade las palabras de Gregorio. Se
escuchaban las hojas de los árboles que parecían recitar una triste melodía por el soplo
del viento. Baja la mirada y se desvanece. No puede pronunciar las palabras por el dolor.
Sus ojos, ya no pueden detener las lágrimas reprimidas y empiezan a bajar una tras otra
sobre sus mejillas arrugadas por el pasar del tiempo. “Es algo insoportable”, cuenta entre
susurros.

LO QUE QUEDÓ

El operativo militar “Tierra Arrasada”, llegó al caserío El Mozote ese mismo día. Ese fue el
lugar de mayor impacto de la masacre. Sólo en ese lugar, el ejército ejecutó a alrededor de
600 personas.

 

HUELLAS DEL PASADO

Jesús María Argueta, de 82 años, señala con su dedo índice, los agujeros que quedaron
marcados en la pared de una de las viviendas ubicadas en la entrada del caserío. Es la
única que logró quedarse en pie cuando todo sucedió.

EVIDENCIAS

Ni los bloques de concreto lograron parar la fuerza de las balas asesinas que atravesaron
hasta las entrañas las paredes, que atestiguaron los días más oscuros de la historia
reciente en El Salvador y América Latina.

DONDE EL TIEMPO SE DETIENE

La noche del 10 de diciembre, el ejército reunió a la gente en la placita, con la mentira que
iban a repartir víveres. Sin embargo, aquello se quedó en palabras. Al día siguiente fueron
asesinadas. Hoy llueve agua en la placita que atestiguó todo. En aquellos días, llovió
sangre y lágrimas de las víctimas.

BOTÍN DE GUERRA

En El Mozote utilizaron la misma estrategia que en Arambala. La mañana del 11 de
diciembre, separaron a hombres, mujeres y niñas y niños. A las jóvenes de 12 años en
adelante, las llevaron al Cerro de La Cruz, Cerro Chingo, Cerro El Candil y fueron torturadas, violadas y asesinadas. En El Mozote, la violencia sexual fue utilizada como un
arma de guerra.

SILENCIOS QUE HABLAN

La violencia durante la masacre se manifestó de distintas maneras. A las madres, también
les tocó ver cómo asesinaban a sus compañeros de vida y luego escuchar el grito de auxilio
de sus hijas e hijos antes de ser asesinados; sin poder hacer nada, con rabia, con coraje y
reprimiendo el grito de valentía.

RESISTIR ANTE EL OLVIDO

Domingo Márquez, llega todas las tardes a la placita de la memoria de El Mozote. Se
sienta en una silla frente a la iglesia y ahí pasa horas y horas sin decir una sola palabra,
solamente piensa en los hechos, que han estremecido a todo un país, aunque aún se
pregunta el porqué mataron a la gente con tanta crueldad.
 

ATRAVES DEL TIEMPO

En la mayoría de las ocasiones entra con paso lento a la iglesia, se sienta en las bancas de
madera y empieza a orar en silencio, en el mismo templo católico donde fueron
encerradas y masacradas las personas del lugar.
 

CUANDO EL FUEGO AÚN ALUMBRABA LA NOCHE

La historia de cada víctima de El Mozote duele hasta las entrañas. La de Don José Santos
no es la excepción. Horas después que se fueron los soldados del cantón La Joya, cuando
el fuego aún alumbraba la fría noche del 12 de diciembre, tuvo que amontonar a 24
familiares de 145 víctimas -entre ellas, su esposa y tres de sus cinco hijos- y tirarlos a una
fosa. De todos sus familiares, sólo logró sacar a dos de sus hijos, cuenta.
 

RELATAR EL HORROR

“Cuando yo quería levantar a los niños para moverlos, me quedaba como que era masa”,
relata Domingo Márquez
 

UN NIÑO MUERTO, UN GUERRILLERO MENOS

Amadeo Sánchez es uno de los hijos que Don Santos logró salvar. Tenía 8 años cuando
todo sucedió. Dice que mientras se escondía de los soldados, vio cómo violaron a las
mujeres y arrastraron a las niñas y los niños para matarlos en el río. “Con la sangre
escribieron: Un niño muerto, un guerrillero menos”, dice.
 

PASADO, PRESENTE Y ¿FUTURO?

María Chicas, palmea las tortillas del almuerzo que acompañará con frijoles amelcochados
y cuajada. Es una de las sobrevivientes de Cerro Pando. Hacía la misma actividad
doméstica cuando los soldados entraron a la zona en aquellos días de muerte.
 

LOS GRITOS

Cerro Pando fue uno de los lugares donde el ejército puso fin al operativo. En ese lugar
fueron masacradas 75 personas de 17 familias, entre ellas, el esposo de la niña María,
quien se fue y no volvió. A los 4 días ella salió a buscarlo. Encontró su cuerpo tirado y
ametrallado. No lo enterró, tuvo que dejarlo. Se quedó viuda y con la responsabilidad de
criar a sus 7 hijos. “Sólo se oía aquella gran gritazón”, nos relata la anciana de unos 80
años.
 

RUFINA

Rufina Amaya, se convirtió en el rostro de supervivencia de la masacre. El 24 de diciembre
de ese año, denunciaba ante el mundo lo sucedido. Relató cómo escuchaba “los gritos de
muerte” de sus hijas, su esposo y conocidos. Narró que, para sobrevivir, tuvo que
esconderse en un arbusto de manzano en un descuido de los soldados. Desde allí pudo ver
“la montaña de muertos”, dijo en el libro “Luciérnagas en El Mozote”.
Rufina, no dejó de luchar por las injusticias que se cometieron en El Mozote. Se enfrentó a
los máximos poderes nacionales e incluso a la misma Casa Blanca que la tachó de
mentirosa para seguir financiando la guerra en el país. Hoy, se ha convertido en uno de los
mayores símbolos de resistencia.
 

VENCEREMOS

Las ondas hercianas de Radio Venceremos fueron las únicas en denunciar lo que ocurría
en ese rincón geográfico de El Salvador en esos días de diciembre de 1981. “Las voces de
las y los locutores anunciaban los nombres de las personas asesinadas y nos tocó recoger
los documentos de las víctimas”, dice Carlos Henríquez Consalvi, conocido popularmente
como Santiago, la voz oficial de la Venceremos.
En ese momento se trató de callar a las voces disidentes a la narrativa gubernamental. El
Gobierno se empeñaba en negar los hechos. Pareciera que nada ha cambiado de aquellos
días a lo que se vive hoy. 40 años después, se sigue intentando callar a las voces críticas.
 

SIN MIEDO

En diciembre de 1982, sólo un año después de la matanza, el sacerdote de Bélgica, pero
de corazón salvadoreño, Rogelio Poncel, fue la persona encargada de liderar la primera
conmemoración de las víctimas de El Mozote. Desde entonces, no se ha dejado de
recordar la memoria de las víctimas. El grito de justicia hoy es más potente y sin ataduras.
Las víctimas han perdido el miedo de todo.
 

SIN ACCESO A LA JUSTICIA

El proceso judicial del caso El Mozote tuvo su apertura en el año 1992, es decir, 11 años
después de que sucedió, sin embargo, desde entonces, ha sido sinónimo de diversos
vaivenes. En 1993 se aprobó la Ley de Amnistía, con lo cual el caso se cerró de nuevo. No
fue sino hasta 2016 cuando se reabrió, luego de las sentencias de la Corte Internacional de
Derechos Humanos y de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, que
ordenaban eliminar la amnistía creada años atrás. No obstante, en 2021, el proceso ha
sufrido un nuevo revés en el que el Estado vuelve a mostrar su falta de compromiso con la
verdad y con las víctimas.
 

LA ESPERA QUE NO TIENE FIN

Hoy, Nayib Bukele, el mismo presidente que sentó a las víctimas en un lujoso banquete en
el que prometió justicia, las desprecia una y otra vez. Primero, actuando igual que los
gobiernos anteriores al negar abrir los archivos militares “de la A a la Z”, como prometió,
permitiendo trabas para el acceso a la justicia de las víctimas y encubriendo a criminales
de guerra.

Segundo, tras la aprobación de reformas a la Ley de la Carrera Judicial que ordenó el retiro
de todos los jueces mayores de 60 años, entre ellos, Jorge Guzmán, quien por fin había
investigado por 5 años la matanza. A Guzmán, la Corte Suprema de Justicia le ofreció
“hacer una excepción” para seguir con el caso, sin embargo, la propuesta fue rechazada
por el abogado para “no avalar una ilegalidad”. Hoy, todo vuelve a empezar de cero para
las víctimas.
 

LA JUSTICIA INALCANZABLE

En El Mozote y lugares aledaños, las víctimas que lograron sobrevivir al genocidio, están
muriendo sin ver que los responsables de la muerte de sus familiares reconozcan la
verdad y paguen por ello; no como un acto de venganza, sino como un símbolo histórico
de justicia en la memoria colectiva salvadoreña, para que los hechos no se vuelvan a
repetir.
 

ESTÁN MURIENDO SIN VER JUSTICIA

“Se están muriendo sin conocer la justicia”, cuenta Ernesto Márquez. Su abuela fue una de
las personas asesinadas en El Mozote. Su madre acaba de fallecer. Él tiene miedo de que,
al igual que a su madre, le llegue la muerte sin ver que se haya hecho justicia.
 

ESPERANZAS

La esperanza de las víctimas de El Mozote y los lugares aledaños no ha muerto con tanto
golpe que han sufrido. Cada mañana es una nueva espera, lo que queda es la memoria y
las esperanzas que sus voces sean escuchadas.
 

54

Con paso lento y firme, Cruz Del Cid, recorre un año más los senderos que conducen al
lugar donde dejó semienterrada a parte de su familia, hace 40 años. Ha visitado el lugar
todos los años desde que sucedió la matanza. Cuando llegamos al sitio, asienta con la
cabeza bajo un árbol de laurel, en señal que hemos llegado. La otra parte de sus seres
queridos, “quedó perdida entre tanto muerto”. En total, el ejército le quitó la vida a 54 de
sus familiares.
 

LO QUE SE MANTIENE

La vida en El Mozote hoy es tranquila. No llueven balas como el día en el que vino
Domingo Monterrosa con sus tropas llenas de armas hasta los dientes. Los hombres se
levantan en las mañanas a los trabajos agrícolas y las mujeres se dedican a los trabajos del
cuidado del hogar.
 

RECONSTRUIRSE

La recuperación de la esperanza de las víctimas de El Mozote ha sido difícil. Lograr ver
dibujada una sonrisa en sus rostros ha implicado pasar por procesos psicológicos donde
han tenido que revivir la memoria de los hechos.
 

RECUPERAR LA MEMORIA

La guerra dejó huellas y heridas que aún no sanan, pero que no se nombran. No
mencionar esas heridas, es lanzar al olvido la memoria colectiva. La población joven carga
consigo heridas de generaciones pasadas, que jamás alcanzaron justicia y que ha hecho
que la violencia sea una constante en la historia salvadoreña.
Para resistir ante el olvido, el camino es rescatar la memoria de quienes están presentes y
de quienes forman parte de la historia.