¿Cuántas veces las personas diversas se han quedado calladas para “no incomodar”? Alexánder Bejarano nos dice por qué es importante alzar la voz.
¿Quién habla mientras tú callas? Era una de las preguntas escritas en la pared de un café, en el centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. Dicho cuestionamiento me motivó a escribir la siguiente columna de opinión, y es que me hice a mi mismo la pregunta “¿Cuántas veces me he callado para no incomodar?”.
Verán, me identifico como un hombre gay mestizo de clase media urbana, y aunque no soy partícipe de describirme específicamente de esta forma, la sociedad así lo demanda porque así nos lee. Los adjetivos que te describen van a condicionar socialmente lo que puedas decir, lo que puedas hacer, la manera en que vistes y a la persona a quien puedas amar. Estos moldes impuestos al nacer que nos encasillan a ser y dejar de ser; a decir y a callar lo que realmente sentimos, a ser quienes realmente somos para vivir la vida que según otros deberíamos de vivir.
Como la típica familia católica latinoamericana en la que nací, desde muy pequeño se me enseñó a que algo como la homosexualidad era un pecado. Pero era más que un simple pecado, era una vergüenza porque representaba perder parte de los privilegios que conlleva ser un hombre heterosexual en esta sociedad. Me quedaban muchas más dudas que respuestas cada vez que trataba de investigar sobre el tema. Me enfrentaba a un fantasma social que todas y todos sabemos que existe pero que nadie se atreve a nombrarlo.
Durante algún tiempo me funcionó tratar de seguir el molde que la sociedad tenía preparado para mí, pero honestamente era algo agotador vivir una vida que no era la mía y forzar sentimientos que no sentía. Lo más difícil era mentirme a mí mismo a diario sobre lo que realmente me hacía feliz.
Así fue como a los 16 años me lancé al agua sin saber qué esperar, era mucho más grande que ese viejo y empolvado closet. Mi realidad ahora pintaba de colores, o al menos eso creía. Me tope con una sociedad bicentenariamente conservadora. De manera constante se empeñaba en callarme porque al ojo está bien que seas gay pero hombre que no lo tienes que decir en voz alta.¡Hay niños escuchando!Y esto solo sería el principio de una serie de excusas absurdas que tratarían de limitar mi sentir y pensar.
Cuando entro a la universidad jamás me presente como “Hola soy Alex, hombre gay” no porque tratara de ocultar mi sexualidad, sino más bien porque siempre he considerado que ser gay no es una característica ni un estilo de vida. Esto no me define como persona.
Por azares del destino, los grupos donde me desenvolvía de manera activa en la universidad se enteran sobre mi sexualidad por medio de una plática casual. De un momento a otro, el trato ya no era el mismo. Las acciones que venía trabajando desde hace un tiempo empezaron a ser cuestionadas, mi capacidad para hacerlas empezó a ser cuestionada y mis opiniones parecían ya no ser tan importantes como antes.
¿Qué cambió? Amparados por la famosa frase “no se te nota” (frase muy ofensiva por cierto), mis compañeros me leían como un hombre heterosexual. Es decir, me veían como un igual. En el momento en el que “descubren” que no era exactamente su igual, empiezan a verme y a entenderme como alguien distinto, sin importar que era la misma persona.
¿Recuerdan lo que hablamos al principio sobre cómo los adjetivos que te describen, también te definen a nivel social? Pues justo esto me empezó a jugar en contra, el estereotipo de un hombre gay o “hueco” como nos conocen aquí en Guatemala es de un hombre amanerado que se viste de mujer y se dedica a la estética. Todo lo que salga de ese molde prefabricado incomoda, e incomoda a quienes están en la cima de la pirámide de privilegios.
Mis compañeros no se molestaron porque yo fuera gay en sí, se molestaron porque estaba rompiendo este pacto patriarcal en donde solo los “verdaderos” hombres –hombres machos, blancos y heterosexuales– pueden ser las personas que ocupen puestos y cargos en la toma de decisiones. En su mundo, no hay espacio para mujeres, para indígenas, personas con discapacidad o personas de la disidencia sexual. Nosotres formamos parte de la obra en papeles secundarios que nunca opacarán al actor principal, que son ellos.
Todo esto sucedía al mismo tiempo que dentro el Congreso de la República, la mayoría conservadora de este país pegaba el grito en el cielo al enterarse de que teníamos por primera vez en la historia a la primera diputada indígena abiertamente lesbiana. Sandra Morán es una mujer pionera a la cual hay que ponerle mucho ojo. Ahora les explico el porqué.
¿En aquel entonces, Sandra habrá tenido muchos más enemigos que aliados por aquel entonces? Seguramente si ¿Le importaba esto? En lo absoluto. Ella tenía muy claro que no lograría aprobar algo tan ambicioso como el matrimonio igualitario en Guatemala por sí sola. Ella le estaba apuntando a algo más grande aún: la visibilidad.
En cada uno de sus discursos dentro del hemiciclo del congreso ella incomodaba, e incomodaba a la gran mayoría. Parece algo bastante intimidante pararte frente a un grupo de 159 diputados, contradecirles y recibir todo ese odio de regreso estando sola, pero realmente no lo estaba.
Detrás de ella estaban las miles de mujeres y hombres que a lo largo de la historia pusieron sus cuerpos para que aquel 14 de enero del 2016 ella se convirtiera en la primera, pero en definitiva no en la última. Ella nos abrió un camino con su visibilidad y así logró acortar una brecha y nos adelantó un escalón que hasta ese entonces se creía imposible.
Sandra nos dejó una gran lección: resistir, nombrarnos e incomodarnos son la clave para el cambio. Ser abiertamente homosexual me cerró puertas, pero yo me encargué de abrir muchas otras. En más de una ocasión me ha tocado ser la única persona diversa en la habitación. Pero ya para ese momento, las cosas eran diferentes: ya no tenía miedo de alzar la voz y decir lo que pienso.
Comprendí que mis experiencias de vida son igual de válidas, que no voy a permitir que demeriten mis conocimientos y mi capacidad por mi orientación sexual nunca más. Cuando tú callas, borras las luchas de personas antes de tí. Cuando tú callas, le das la razón al orden que se mantiene. Cuando tú callas, le estás dando voz a la injusticia.
El pasado mes de junio conmemoramos el mes de la diversidad sexual e identidad de género, y solo les deseo que cuestionen todo lo que les atraviesa el cuerpo y el corazón. Incomoden en cada espacio que puedan, y hagan saber su sentir sobre las injusticias de este país. Nunca más permitan que alguien más hable por ustedes, principalmente si ese alguien perpetúa desigualdades por medio de discursos de odio.
Por Alexánder Bejarano. Egresado de Agentes de Cambio Guatemala, 2019.
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