Hasta el momento, las juventudes organizadas que se podrían entender como "progresistas" sufren una orfandad política (en el ámbito de representación partidaria), pero tienen claridad en un punto: "no somos de derecha".
La experiencia de la Conferencia Regional que acogió a varias generaciones de Agentes de Cambio (AdC) de América Central, así como la diferenciación entre cohortes generacionales (entendiendo esta como la distancia de tiempo de 20 años entre generación y generación) logró poner sobre la mesa cuestionamientos incómodos y necesarios acerca de los progresismos. Uno de ellos fue la opacidad ideológica o el proceso de desideologización que han venido sufriendo las sociedades de la región en los últimos quince años, hecho que ha calado en los diferentes espectros que se asumen en cierta medida como resistencias progresistas.
Pese a la dinámica actual, sigue predominando la disputa interna de quién y cuál bandera debe de ir a la vanguardia. Esta disputa se evidencia en cómo se trata de desmeritar otras banderas de lucha que siguen la lógica de reivindicaciones identitarias que, pese a responder a un interés colectivo, no logran articularse con otras expresiones de resistencias y luchas para buscar y promover un proyecto político que sacuda la estructura social y política. Así, las resistencias identitarias quedan en el campo de la reforma y no logran trascender a la revolución.
Esta dinámica no colectiva tiene su génesis en el cómo, desde la dinámica de las personas sujetas de derechos, no se logra concebir una colectividad donde necesariamente se tiene que aplicar el principio de democracia la cual dicta que todas las personas tienen poder.
Esto podría encontrar una explicación histórica. La práctica de la organización política partidaria de la izquierda tuvo giros centralizados al totalitarismo y a la no promoción real de un diálogo y cambio generacional que preparara a las juventudes para que asumiera un proyecto político que les permitiera adaptarse a las dinámicas de la sociedad actual, sin tergiversar el ideal del mismo.
Una izquierda partidaria que ha perdido el horizonte, que aleja y repele a las nuevas generaciones, es una práctica política que sirve como campo fértil de disputa de poderes entre cohortes generacionales, mientras los sistemas de opresión logran continuar arraigándose en el ideario de estas sociedades que, como agentes de cambio, pretendemos transformar.
Lo que dijo Salvador Allende en su momento: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” podría dejar de tener validez en el contexto regional de América Central. Es más, podría ser sustituida fácilmente por: "Una izquierda (partidaria o como movimiento social) sin juventudes, es una contradicción política".
En la actualidad, el fenómeno de los partidos de derecha o conservadores, ha cobrado muchos matices dentro del espectro político. Estas han llegado al punto de generar confusiones sobre sus propuestas libertarias bajo discursos contundentes que tienen como público a una población que no participa activamente en política partidaria y cuya simpatía hacia los partidos es fluctuante.
Las derechas que, han sabido adaptarse con el tiempo, se han vuelto un gran desafío en contraposición a las nuevas propuestas de la izquierda latinoamericana, las cuales permanecen bajo la sombra del declive vivido en la última década, debido a las decepciones que dejaron las malas administraciones y los fantasmas de Venezuela y Cuba, siendo esta una de las maneras en las que han logrado construir narrativas de miedo y dudas sobre las consecuencias de la forma de gobernar de estos partidos.
Por otra parte, las nuevas derechas cuentan con sus propios intelectuales que colaboran con el fortalecimiento de estas narrativas, y que, tratan de justificar teorías conspirativas acerca de sectores específicos (tales como las personas migrantes y feministas) que pueden ser realidad si no se toman cartas en el asunto. Una gran dificultad para su contraparte de izquierda es que, aunque cuenten con su propia academia e intelectuales, la producción intelectual no es suficientemente accesible para que el conocimiento llegue a la población en general, pues sus aportes se dirigen a grupos más cerrados.
La intelectualidad conservadora, en cambio, ha logrado englobar sus ideas en grupos que se identifican como provida o nacionalistas para construir a un enemigo “progre” o “globalista” que, a partir de sus propuestas, se congregan en los partidos de izquierda. Con ello, la narrativa conservadora logra construir una propuesta para defender los valores tradicionales frente a las ideas progresistas.
Los movimientos o las izquierdas progresistas, al enfrentarnos a las nuevas ideas conservadoras, optamos sólo por desecharlas y hacer caso omiso de ellas, lo cual ha proporcionado un campo abierto para fortalecer el discurso conservador al no tener intelectuales que se dediquen a la posibilidad de redefinir conceptos sobre qué significa verdaderamente estar en pro de la vida o del buen vivir.
Es importante que desde la crítica interna de las personas que nos asumimos progresistas, pensemos en cómo reconsiderar temas referentes a la religión y la institucionalidad para buscar nuevos caminos de diálogo; pues las nuevas derechas van a continuar haciendo uso de estas para construir narrativas de fácil acceso que rápidamente cobran popularidad. Ante esto, se deben retomar diálogos incómodos con el fin de lograr que los conceptos que históricamente han sido usados por quienes violentamente dicen defender “la vida y la familia” sean nuevos espacios de reivindicación y resignificación en una realidad que es testiga de los daños generacionales que esas ideas han dejado.
Como ya se ha planteado anteriormente, la falta de un respaldo estructural ideológico está limitando el alcance de proyectos que se autodenominan como progresistas e incluso de aquellos que, sin denominarse de esta forma, comparten valores similares. Al carecer de un horizonte en común, la articulación entre estas diversas expresiones causa tanta dificultad como confusión. Esto no quiere decir que debemos revivir la vieja izquierda bajo la idea de una lucha única por los intereses del proletariado como instrumento de liberación colectiva. Ya vimos cómo este ideal es insuficiente en la práctica, pues justamente deja de lado los elementos que se congregan en las corrientes progresistas.
Sin embargo, el no asumirnos bajo una ideología ha permitido el surgimiento y aceptación de movimientos que, ocupando el argumento de romper con las ideologías que dieron forma al siglo XX, han ascendido al poder con discursos que apelan a las limitantes de los gobiernos neoliberales y a los desaciertos del ciclo de las izquierdas en América Latina. Dichos discursos "novedosos" no han sido más que retóricas populistas que han dado lugar a gobiernos de corte autoritario, los cuales terminan por ser una amenaza para los derechos humanos; en especial, los de las minorías; las cuales componen las agendas prioritarias de las corrientes progresistas.
La problemática planteada puede entenderse bajo la diferenciación entre la ideología y la ideologización. En la ideología, encontramos un pensamiento estructurado en torno a una idea, mientras que, por medio de la ideologización, se da lugar a un engaño en cuanto se plantean posturas diseñadas para que sean tomadas de forma positiva dentro de la sociedad, pero que esconden intenciones e ideas que, de no haber sido anteriormente manipuladas, tendrían poca aceptación social. El efecto de la ideologización en la ideología implica que se expresan visiones de la realidad que deforman la verdad con el fin de satisfacer intereses particulares que dan lugar a la conformación de clases o grupos sociales (Ellacuría, 1985).
Frente a una coyuntura en América Central caracterizada por la ideologización, se vuelve más clara la necesidad de recuperar el potencial liberador que contiene la ideología. De no ser así, el ejercicio crítico que debería acompañar a nuestro activismo como juventudes no cumpliría su función. Como ya se ha planteado, este ha sido un error constante en los movimientos de izquierdas hasta la actualidad, debilitando y limitando la posibilidad de desenmascarar la manipulación de la ideología para esconderse bajo una apariencia de búsqueda de justicia para las poblaciones olvidadas.
Ante este horizonte, las juventudes progresistas debemos de reconocer y apropiarnos de la inconformidad frente a la realidad para intentar superar los errores de quienes nos antecedieron. Si bien hoy en día es desalentador hablar de utopías, debemos reconocer que fue gracias a ellas que se conquistaron logros que, gracias al efecto de la ideologización, estamos a punto de perder.
Con esto no afirmamos que obligatoriamente se deba adoptar una ideología política en común, pues ello en sí acabaría con la pluralidad necesaria para el funcionamiento del sistema democrático, pero sí es preciso recalcar en el efecto que puede tener el apropiarse de una, para poder responder a la búsqueda de un horizonte común. De no hacerlo, las ideologizaciones dominantes continuarán teniendo un efecto opresor en las mayorías, negando nuevamente la posibilidad de construir alternativas anticapitalistas que den soluciones estructurales a las problemáticas del país.
Por: Moisés Majano, Remy Ocón y Rosemarie Mercado Cubías. Agentes de Cambio, El Salvador.
Ellacuría, I. (1985). Función liberadora de la filosofía. ECA: Estudios Centroamericanos, 40 (435-436), 45–64. doi.org/10.51378/eca.v40i435-436.7194
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