Friedrich-Ebert-Stiftung en América Central

07.11.2022

Inmunidad identitaria: violencia a nivel micropolítico y comunitario

¿En qué consiste la inmunidad identitaria y por qué afecta los cimientos de los movimientos políticos como los conocemos? Roberto André Acuña nos explica.

La construcción de las identidades colectivas es necesaria para la representación política ante la sociedad y el Estado (1). Construir una identidad  consiste en definir quién soy frente a las demás personas; es decir, parte de una dicotomía que permite distinguir procesos de identificación que diferencian entre quién soy y quién es la otredad. 

En caso de una identidad colectiva: quiénes somos frente a quiénes son los otros (2). Las identidades colectivas son complejas porque reúnen aspectos subjetivos que son negociados intersubjetivamente para luego ser aceptados (o no) por un contingente político, si no homogéneo, atravesado por condicionamientos históricos similares, tales como aquellos factorizados por la violencia y la discriminación. 

Una de las manifestaciones de esta dicotomía nosotros/ellos es violentador/violentado, la cual opera, histórica y estratégicamente, para generar acciones políticas contra los determinismos culturales que impiden la resistencia y el bienestar de grupos humanos. A este respecto, sin negar las condiciones históricas, la interseccionalidad ha favorecido una comprensión multinivel de las situaciones y condiciones que conforman la desigualdad de una persona en contextos específicos. También permite entender las posibles discriminaciones estructurales que vive frente al Estado y sus sistemas, para su consiguiente abordaje o reparación institucionales.  

Ahora bien, lo anterior es tocante a un nivel macro de tratamiento, es decir, una suerte de sociología aplicada, respaldada por organismos internacionales, gubernamentales y ONG para la reducción de daños y consecución de justicias de carácter histórico. Paralelo a este nivel, donde se disputan los diferentes sujetos por la representación y visibilización oficiales, se encuentra el nivel micropolítico, comunitario, en el cual nos insertamos cotidianamente todas las personas para la transferencia e interacción comunicativas de aquello que nos constituye seres sociales: deseos, angustias, anhelos, inseguridades, neurosis,  preocupaciones. En fin, la sobrevivencia y la cultura. 

Guattari y Rolnik mencionan que la perspectiva micropolítica es analizar cómo reproducimos ─o no─ los modos de subjetivación dominantes (3). Es tender a una analítica donde nunca se use únicamente un solo modelo referencial, pues se corre el riesgo de presupuestar factores de culpabilización que impiden la transformación social. Con ello se mantienen investimentos libidinales dominantes. Estas reflexiones críticas, de corte filosófico y psicoanalítico, ayudan a entender la tesis del actual artículo: los movimientos políticos progresistas han favorecido la esencialización gradual de ciertos contingentes identitarios, y con ello, han hecho fantasmática la violencia vivida en las comunidades identitarias, endógena y exógenamente. 

Esta consecuencia ha implicado, potencialmente, una negación de la violencia en sus diferentes manifestaciones contemporáneas, en diferentes grupos humanos, entre sí y contra otros. Las contradicciones causadas tienen como posible manifestación la división y la apatía políticas, debido a la formación de inmunidades identitarias que parecieran olvidar que todas las personas somos capaces de ejercer violencia, así como de recibirla. Esto es sin ignorar los condicionamientos históricos a los cuales se han enfrentado diferentes contingentes sociales en la Historia que los hacen merecedores de justicia y reparación. 

Por inmunidad identitaria entiendo aquella neutralización de responsabilidad que corresponde a una persona por el simple hecho de pertenecer a una identidad colectiva históricamente caracterizada que la exceptúa de ser percibida como término de alguna violencia, y, por tanto, la vuelve inmune frente a la reparación o los cuestionamientos. 

Esta conceptualización exige entonces algunas preguntas: ¿qué entendemos por violencia? ¿La violencia es gradual y, por tanto, objeto de medición, o es factual y positiva? ¿La violencia solo puede ser ejercida por subjetividades e identidades hegemónicas o es una posibilidad de todas las personas en múltiples contextos relacionales? 

Cuando se elabora sobre violencia, indefectiblemente también se presupuesta el poder. Para Han, la violencia y el poder son estrategias para neutralizar la otredad, y la libertad del otro (4). Así, mientras el poder es una categoría relacional, la violencia es aniquilante y paralizante, pues su búsqueda es la supresión del otro como identidad. Un factor común es que ambos son formas de neutralización del otro: tanto a nivel macro como microfísico. La distinción radica en cómo se ejecuta tal violencia, si de forma externa ─disyuntiva y excluyente─ o, al contrario, de forma interna ─aditiva e inclusiva─. Todo esto desde un entendimiento histórico. 

Para Han, una de las expresiones de la microfísica del poder ─y la violencia─, es estructuración rizomática en la dimensión simbólica, con alcances en la construcción subjetiva, para codificar o descodificar los términos que son constituyentes de un lenguaje que, buscando la definición de sí, termina por cargarse de una mismidad y una positividad que terminan infartando el lazo social (4)

Finalmente, la subjetividad, en gran parte, se construye lingüísticamente mediante la selección sociocognitiva de aquello que nos permite transitar nuestro mundo, pero esta escogencia es heteroselectiva y, por tanto, la práctica subjetiva siempre supone a un otro destinatario de mi deseo y materia.

Por tanto, la aceptación o evasión de la inmunidad identitaria supone la incapacidad para reconocer los límites de la agencia subjetiva, cuando se trata de una identidad cuya otredad está esencializada en un término de relación violenta. Por tal razón, la inmunidad identitaria es problemática porque, en cierto nivel, transige, como síntoma liberal, la incapacidad de reconocer la irreductibilidad del antagonismo y la inevitabilidad de lo hegemónico (1). Esto es porque, a pesar de la dicotomía yo/otro(s) ─que constituye en gran medida identidades colectivas─, en la práctica estas oposiciones no son fijas. Son dinámicas y complejas, enmarcadas en ordenamientos sociales que buscan establecer orden en contextos de contingencia. Así, Mouffe hace bien al indicar que la política democrática debe estar basada en un modelaje de adversarios (5), donde al otro no se le entienda como enemigo, sino como legítima contraparte. 

Esta categoría conceptual, inmunidad identitaria, no es categóricamente invención mía, como nada en la cultura, pero sí me atraviesa empírica y vivencialmente. A lo largo de los años, mi experiencia política en diferentes espacios me ha llevado a reflexionar sobre lo problemático de las estabilidades conceptuales en términos identitarios que hacen de los movimientos políticos, plataformas de estrategias y denuncias contra lo definido como antagónico. 

Estas estabilidades que comienzan como luces y orientaciones terminan siendo adoctrinamientos especializados, cuyas consecuencias dividen y cercenan los tejidos sociales, para culminar siendo lugares de amplificación del yo, donde se establecen preconcepciones sobre quiénes son y quiénes no son legítimos interlocutores, y se terminan empleando a nivel comunitario las violencias que se buscan o buscaron erradicar. Esto último se confirma cuando la violencia se desborda en espacios de supuesta seguridad y solidaridad que, por su supuesta naturaleza, impiden cualquier cuestionamiento, evidenciando la inmunidad identitaria que, a corto y mediano plazo, no abona al progreso social.  

Por: Roberto André Acuña. Agente de Cambio, Costa Rica, 2022.

Referencias

  1. Butler, Judith. 2007. El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós. 
  2. Guattari, Félix y Rolnik, Suely. 2006. Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid: Traficantes de sueños. 
  3. Han, Byung-Chul. 2016. Topología de la violencia. Barcelona: Herder Editorial. 
  4. Mouffe, Chantal. 2000. The Democratic Paradox. Londres: Verso. 
  5. Mouffe, Chantal. 2005. On the political. New York: Routledge.