¿Cómo sabemos cuándo estamos en una cámara de eco y qué se puede hacer para salir de ella?
¿Cuáles han sido los efectos de la cámara de eco en la sociedad salvadoreña? ¿De qué manera pueden las organizaciones y la sociedad civil salir de esta y así recuperar la democracia?
A través de las décadas, la opinión de las personas salvadoreñas con respecto a la situación política ha fluctuado como la política misma. El interés de la población y de quienes están dedicadas a la política ha estado volcada a soluciones de corto plazo, enmarcada en calendarios electorales y períodos legislativos. La relación entre una gobernanza deficiente y la manera en que los gobiernos responden y gestionan la incertidumbre de la compleja realidad en la que vivimos, ha llevado a que las personas sean más receptivas a ideas mesiánicas.
La obsesión de la política de normar lo que las personas deben de decir y pensar se despliega en un bloqueo de la democracia misma. Esto impide que la sociedad asuma la responsabilidad de practicar un pensamiento crítico. Dicho elemento es crucial para fundamentar la inteligencia colectiva necesaria para funcionar como un contrapeso en el sistema democrático.
Dada nuestra falta de cultura política, resulta fácil pasar por alto la concatenación existente entre las diferentes partes interdependientes que constituyen un sistema democrático.
Parte de este, idealmente, debería apoyarse en la participación y cooperación de la colectividad. Sin embargo, la realidad nos muestra una situación diferente: estamos bajo la percepción de que la razón está limitada a la opinión de las élites, las cuales han sido consideradas como las más aptas para gobernar, aunque no exista fundamento que ampare dicho pensamiento. Bajo estos parámetros, no es difícil caer en discursos que prometen tener una verdad con base en la cual se forman grupos homogéneos que adoptan opiniones sin mayor criterio.
El problema con dicha característica de nuestra sociedad es el hecho de que la razón usualmente recae en los llamados “expertos” pero solo es adoptada y repetida por ciertos sectores de la población. Ahora bien, la democracia y la gobernanza requieren pluralidad para generar la sabiduría colectiva necesaria para interactuar con las instituciones democráticas.
La necesidad de un contraste de opiniones se ve limitada por la aparición de grupos demasiado homogéneos. Aquí, la posibilidad de la existencia de disonancias cognitivas sirve como freno para que la sociedad como conjunto ponga en tela de juicio la capacidad de razón que históricamente se ha aceptado como virtud de las personas gobernantes y sus círculos cercanos.
La ausencia de pluralidad deriva en un problema mayor: nuestra búsqueda por tener la razón nos impulsa, a su vez, a la búsqueda de grupos de personas similares que nos confirmen que estamos en lo cierto. A pesar de que este es un hecho común en la mayoría de las personas, resulta preocupante en cuanto reduce nuestro campo epistémico y, por consiguiente, nuestra capacidad de tomar decisiones y expresar opiniones (Innerarity, 2020).
Esto, ampliado a nivel de la sociedad en general, conlleva un golpe en el desarrollo y funcionalidad de la racionalidad colectiva que forma parte de las condiciones de la cultura política. A su vez, las deficiencias en la racionalidad colectiva repercuten en la libre circulación de ideas de manera respetuosa y abierta, así como en la posibilidad de diálogo entre grupos con posturas contrarias (Innerarity, 2020).
La aceptación indiscutible de ideas, de tal forma que raya en el fanatismo, tiene como resultado una sociedad carente de una cultura capaz de velar y proteger las diferencias cognitivas en favor del establecimiento de unanimidad de opiniones.
La realidad salvadoreña históricamente ha dado lugar a esta problemática. Por dicha razón, la sociedad ha terminado por aceptar posturas repetitivas que apenas pueden ser argumentadas y sostenidas exitosamente la ciudadanía. A esto hay que agregarle el hecho que el enfoque electoral de los gobiernos pasados, así como del actual, no ha sabido responder y resolver problemas estructurales, tales como la violencia, corrupción y la pobreza, solo por mencionar algunos, que repercuten tanto en la calidad de vida y la capacidad analítica de las personas.
Los sentimientos negativos de la población a raíz de su insatisfacción no resultan sorpresivos, como tampoco lo es la apertura y adopción de discursos populistas que apelan a estos sentimientos.
Vale la pena recalcar que la ausencia cultura democrática no es exclusiva de la parte de la sociedad salvadoreña que se apega a dichos discursos. También se ve reflejada en la existencia de personas y agrupaciones que defienden una postura opuesta a la mencionada anteriormente. Sin embargo, a pesar de su intento de sentar una postura crítica, recaen de igual forma en la práctica de reafirmar su razón en otras personas o grupos que comparten opiniones similares. Esto ocasiona la imposibilidad de apertura al diálogo entre diversas posturas y la burla e hincapié en la ignorancia de la población.
Este hecho nos permite divisar la inmensidad del problema que se nos presenta y que solo incrementa gracias a la falta de disonancia cognitiva en nuestra sociedad. Las deficiencias estructurales que han sido acarreadas por décadas son las que han dado pie a la existencia de personas y grupos lo suficientemente vulnerables como para verse incapaces de sostener una opinión crítica y aportar al proceso democrático.
En perspectiva, los problemas organizativos y la debilidad de las instituciones no son los únicos obstáculos para el combate a la miseria y el miedo ante la incertidumbre con respecto a la situación del país, pues igual grado de importancia tiene el dominio de la ignorancia de la población.
La incapacidad de diálogo y, por consiguiente, de toma de posturas y decisiones de forma integral se ve reflejadas tanto en los poderes del Estado y sus instituciones como en la población. Un ejemplo de este fenómeno es en algo tan común como las redes sociales, no sólo por el constante uso de estas por parte del gobierno actual, sino por cómo estas están diseñadas para lograr que interactuemos específicamente con contenido que se apega a los intereses que expresamos en ellas.
Es fácil caer en una burbuja en la que otros y otras ciudadanas comparten nuestra opinión y, por lo tanto, nos dan la razón sin mayor discusión. Nos expresamos dentro de una cámara de eco que debilita nuestra capacidad de cuestionar y argumentar con el fin de llegar a un consenso. Cuando por algún motivo nos encontramos con un grupo fuera de ella, resulta en conflictos en los que no interviene el diálogo.
En cualquier caso, tanto las prácticas del gobierno actual como la pérdida (o previa inexistencia) de una cultura política son factores incompatibles con la democracia. Esta debe de ser entendida más allá de un sistema para resolver problemas, y más como un medio para identificarlos y discutirlos públicamente. Es la pluralidad de opiniones y la interacción y constante conflicto entre estas lo que caracteriza al sistema democrático, no la imposición de “ideas correctas” sobre la realidad.
Rosemarie Guadalupe Mercado Cubías. Agente de Cambio, El Salvador, 2021. Filósofa.
Arendt, H. (2009) La condición humana. Paidós. Innerarity, D. (2020) Una teoría de la democracia compleja. Galaxia Gutengerg, S.L.,
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