La pandemia por COVID-19 parece haber dado pie a una nueva era de redefinición de las juventudes de hoy y de mañana, entre ellas las juventudes centroamericanas.
A lo largo de la historia de los sistemas punitivos se identifican eventos que cambian, reforman, transforman o crean nuevas formas de control social y represión. Entre estas se pueden mencionar, a groso modo, la reforma carcelaria en Europa impulsada por César Becaria en pleno Siglo de las Luces y durante el auge de la revolución industrial (Zaffroni, 1988) las transformaciones sociopolíticas al libre mercado y el control social que conllevó consigo la era del Fordismo (Bergalli, 2005); la expansión de la ideología de la seguridad nacional que siguió a los eventos terroristas del 11 de septiembre de 2001; y, más recientemente, la represión civil y corrupción inmensurable ocasionada por la pandemia del COVID-19.
Este nuevo evento, de dimensiones globales, parece haber dado pie a una nueva era de control social, de establecimiento de ideologías políticas y de redefinición de las juventudes de hoy y de mañana, entre ellas las juventudes centroamericanas.
Hace cien años se firmó en San José Costa Rica un pacto de unión con el fin de promover un nuevo intento de integración regional. Este se formalizó con la promulgación de la Constitución Política de la República Federal de Centroamérica, creada en la ciudad de Guatemala por diputados de El Salvador, Honduras y Guatemala.
En esta Constitución se nombraba al departamento hondureño de Tegucigalpa como Distrito Federal y a la ciudad del mismo nombre como capital de dicha república (artículo 5); reconociendo además que, por razones étnicas, geográficas e históricas, también debían integrar a dicha Federación los estados de Nicaragua y Costa Rica (artículo 2).
Según su artículo 209, dicha Constitución Política entraría en vigor el primero de octubre del mismo año. Sin embargo, nadie contaba con el golpe de estado en diciembre de ese año. Dos meses después de la promulgación de aquella Constitución, se asestó al gobierno guatemalteco y se establece al militar José María Orellana como presidente, mientras Nicaragua comenzaba el agitado mandato de Diego Manuel Chamorro, quien además era demasiado conservador para aferrarse a los principios liberales que regían la mencionada Constitución centroamericana (Vargas, 2008).
Desde la independencia de la corona española, las naciones centroamericanas han intentado reunirse en una federación. El fantasma de la platónica integración centroamericana es visible desde Ciudad de Guatemala hasta San José, aunque éste no es evocado necesariamente por las clases políticas o las élites de poder sino –en muchas ocasiones– por iniciativas ciudadanas y narrativas construidas desde las artes, las instituciones públicas o los medios de comunicación con fines específicos (redes sociales que promueven el ideal centroamericano, proyectos de programas televisivos o de prensa, proyectos ciudadanos que romantizan a la Centroamérica unida).
La verdad es que el “sueño morazánico” de la Gran República Centroamericana parece, en estos días, uno de aquellos sueños bonitos que no lográs recordar al despertar. Pero dentro de esta disruptiva onírica, y desde un punto de vista político muy optimista, alguna suerte de centroamericaneidad todavía tiene la oportunidad en el nuevo mundo pospandemia que han de heredar las generaciones más jóvenes.
En los últimos años de la década que recién cerramos con (broche) virus de oro, el caudillismo, los extremismos políticos y los ultranacionalismos parecieron tomarse la titularidad de los liderazgos políticos internacionales. Las viejas (¿?) premisas que hacen gala del clasismo, el racismo, la xenofobia, la aporofobia, la homofobia, la misoginia, entre otras miasmas del intelecto humano, afloraron en los discursos de muchos líderes mundiales con un inesperado y repulsivo éxito.
Tristemente, la presencia de juventudes entre los soportes de dichos discursos e ideologías ha sido constante. Como si esto fuera poco, durante esta primavera de podredumbres ideológicas comenzó la pandemia producida por el SARS-CoV-2, constituyendo ésta un nuevo propulsor de las siempre jóvenes ideologías de represión del enemigo interno, de la doctrina de la seguridad nacional y del manodurismo, disfrazadas ahora de políticas de salud pública.
Así lo han hecho constar medios de comunicación, organismos internacionales y entidades defensoras de derechos humanos como Amnistía Internacional, reportando detenciones arbitrarias, represiones policiales y –desde luego- una amplia gama de vulneraciones a la libertad personal y otros derechos fundamentales por instituciones de seguridad (Amnistía Internacional, 2020).
Desgraciada – pero, también, oportunamente, las principales víctimas de estas ideologías son las juventudes. Durante los primeros días de la cuarentena obligatoria de 2020, un joven fue disparado por policías en cumplimiento de las medidas de distanciamiento en un cantón del departamento de Sonsonate, El Salvador (García, 2020), y la Policía Nacional Civil quedó al descubierto aceptando el hecho en redes sociales –aduciendo un accidente que nunca se justificó.
De esa misma forma, los jóvenes parecen ser el blanco de las dudosas y nada transparentes decisiones políticas tomadas en el marco de la pandemia: desfalco público en gastos gubernamentales sanitarios, endeudamiento público extremo, oscuridad en el manejo de cifras de fallecidos por COVID-19 y vacunados contra el mismo, represión innecesaria con supuestos fines sanitarios, entre otros.
No existe nada nuevo bajo el sol, es uno de los proverbios atribuidos a Salomón por la tradición judeocristiana y convertidos en parte de la cultura popular, perspectiva cíclica de la historia también presente en Maquiavelo 1. Desde esa misa óptica, el quehacer político de nuestras sociedades y sus políticos en la historia nos ha enseñado muchas veces que basta ver el pasado para saber lo que ocurrirá de nuevo.
Así, los caudillismos, extremismos y discursos de odio construidos en los últimos años y reforzados por el COVID-19 se vislumbran como los detonantes de la indignación y el descontento de mañana en los corazones de los jóvenes centroamericanos de hoy. Y será entonces una nueva oportunidad para la integración de una nueva centroamericaneidad de agentes de cambio social en futuras luchas por la eterna defensa de los derechos más fundamentales.
Por Ismael Turcios. Abogado salvadoreño y consultor sociopolítico en áreas de transparencia, política criminal, y derechos humanos. Agente de Cambio 2013 de la Fundación Friedrich Ebert El Salvador.
Amnistía Internacional (2020). Represión y COVID-19. Abusos policiales y pandemia. Londres.
Bergalli, R. (2005) Relaciones entre control social y globalización: Fordismo y disciplina. Post-fordismo y control punitivo. Revista Sociologías Nº 13, Porto Alegre, enero-junio.
García, E. (2020) Fiscalía investiga a policía que disparó a joven en Sonsonate. Nota periodística de fecha 13/04/2020, Diario El Mundo.
Vargas, H. (2008)” La República Conservadora: ¿Un mito en la historiografía nicaragüense?”, en Diálogos. Revista Electrónica de Historia, Vol. 9, Nº 1, febrero 2008 – agosto 2008, p. 4-17. Escuela de Historia. Universidad de Costa Rica.
Zaffronni, E. (1988) La influencia del pensamiento de Cesare Beccaria sobre la política criminal en el mundo. Ponencia presentada al Congreso Internacional Cesare Beccaria y la Política Criminal Moderna, celebrado en Milán (Italia), los días 15 a 17 de diciembre de 1988.
ROSSI, Annunziata. Maquiavelo y la concepción cíclica de la historia. En revista digital La Jornada, Nº 988, 9 de febrero de 2014.
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