Friedrich-Ebert-Stiftung en América Central

07.11.2022

Ni Honduras ni Nicaragua: esto es Sivarland

¿Cuáles son las diferencias y similitudes entre los procesos y dinámicas políticas de El Salvador, Nicaragua y Honduras? ¿Cómo puede la historia contemporánea ayudarnos a entender cada contexto?

 

Siempre se ha tenido la percepción de que la región de América Central tiene una dinámica similar (por no decir la misma) en cuanto a sus procesos políticos. Esta idea se retomó con fuerza luego de los sucesos ocurridos en Honduras con la reelección de Juan Orlando Hernández en 2018 y la crisis política iniciada en abril de ese mismo año en Nicaragua. 

También sirvió de presagio para lo que podría ser la realidad de El Salvador si, el entonces presidenciable Nayib Bukele, quien ya mostraba su tendencia populista, ascendía al poder. 

Estas predicciones, a raíz del contexto regional, no resultaron en los desastres sociales que se esperaban tras el triunfo de Nayib Bukele en 2019. Desastres vaticinados desde la decepción de una derrota electoral y una comparativa superficial entre los tres países. 

 

Contexto regional 

 

En Honduras, el absolutismo mostrado por JOH y su irrespeto a la institucionalidad pública sirvió de referencia para lo desarrollado en el primer año de gobierno de Bukele: destitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia; control total sobre la Policía Nacional Civil, la cual tomó una actitud servil y de irrespeto total a los derechos humanos. Estas son sólo las similitudes principales entre el proceso hondureño y el salvadoreño en los últimos tres años. 

En el caso de Nicaragua, el desdén a Estados Unidos, la criminalización de la protesta y la defensa de los derechos humanos mediante la persecución de organizaciones y dirigentes sociales son las principales similitudes. 

 

La dinámica propia del proceso salvadoreño 

 

Partiendo de las premisas de Ricardo Ribera Sala, en su obra “Dialéctica del Proceso: El Salvador 1969 – 2019”, podemos empezar a romper con la percepción de la similitud de procesos entre los países de la región. 

Ahora bien, la primera diferenciación entre los tres países es la reacción popular ante las decisiones gubernamentales. 

La reacción que tuvo la población de Honduras y Nicaragua significaron estallidos sociales (uno más efímero que el otro, pero con nulas soluciones) que lograron la atención internacional y la solidaridad entre pueblos (así como los ya abordados problemas). En el caso salvadoreño, la población, estadísticamente conforme con la gestión de Bukele, no se ha movilizado y ha apoyado las decisiones de carácter totalitario. Algunos ejemplos son la invasión militar al Palacio Legislativo el 9 de febrero de 2021 y la implementación del Régimen de Excepción aún vigente desde el pasado 27 de marzo del 2022. 

La segunda diferencia necesaria es que, el ascenso de Bukele y sus decisiones, sobre todo la anunciada el pasado 15 de septiembre de buscar la reelección presidencial mediante su postulación para las elecciones del 2024, significa la ruptura del proceso de democratización en el que entró El Salvador tras los Acuerdos de Paz de 1992. 

La democracia en El Salvador no germinó. Esto no significa que se volvió a la época donde las dictaduras eran la norma en la política.  Es preciso señalar otra diferenciación al respecto. 

En primer lugar, pese al protagonismo impulsado por Bukele hacia los militares, estos no son quienes ejercen el control del Estado, característica central en las décadas previas al conflicto político-militar de la década de 1980. 

En segundo lugar, no existe efervescencia política ni convulsión social en El Salvador del Bitcoin. Dicho en otras palabras: no existe sujeto político colectivo. Quienes se hacen llamar de oposición o simplemente no alineados, no son capaces de dirimir sus diferencias y buscar los puntos de encuentro que les permitan iniciar un proceso de construcción de un proyecto político que tenga correlación en la población y puedan, a su vez, buscar la manera de hacerle contra al bukelismo. 

Un tercer aspecto a considerar es que el desgaste psicológico, político y económico que ha sufrido la población salvadoreña tras la pandemia del COVID 19 ha generado una somniferación de la esperanza en concebir otras representaciones políticas posibles. A esto se le suma el descrédito a la democracia causado por las decisiones de gobiernos tanto de derecha como de izquierda. 

 

A manera de cierre (inconcluso)

 

El proceso hondureño, nicaragüense y salvadoreño, con similitudes muy marcadas, son abismalmente diferentes. Estas diferencias tienen fundamento en sus historias contemporáneas. 

El Salvador no ha sido ni es Nicaragua 2.0 a alta velocidad, en cuanto a su proceso de desdemocratización y vuelco hacia el absolutismo presidencialista. Tampoco Honduras es el espejo que muestra el futuro para la coyuntura y era Bukele. 

Por: Moisés Majano. Agente de Cambio, El Salvador.